La tecnología y, concretamente, la llegada de internet “Interconnected Networks”, o redes interconectadas penetra insidiosamente hasta, en muchos casos, hacernos caer en la adicción tecnológica. Este fenómeno revoluciona nuestras vidas en todas sus vertientes, desde nuestra propia identidad hasta la manera en la que nos relacionamos con los demás y comprendemos nuestro entorno.
Al hablar de adicción tecnológica me estoy refiriendo al daño que nos puede causar el mal uso o abuso de lo que conlleva la conexión digital. El alcance que nos permite hoy en día internet tiene unas ventajas innegables, no obstante, más allá de su uso para distintas finalidades, se esconden riesgos que es preciso conocer y gestionar, por lo que mi objetivo es la concienciación de estos riesgos sin demonizar la tecnología ni la conectividad.
Supongamos que te dispones a contestar un correo electrónico a las 4 de la tarde y junto a tu portátil has dejado tu móvil. Mientras estás pensando lo que contestas se enciende un aviso de whatsapp. Desvías la mirada, abres el mensaje, lo lees y no te resistes a contestarlo rápidamente. De pronto aparece otro, pero te acuerdas de que en Facebook igual alguien le ha dado un “me gusta” a tu publicación y no puedes resistir abrir esta red social. Además, te acuerdas de la foto tan chula que colgaste en Instagram y del hilo que seguías en Twitter, y… de repente, miras la hora y han pasado 90 minutos y vuelves a la casilla de salida, intentando seguir el hilo del correo que ibas a contestar cuando te dejaste envolver por la tecnología.
Esto es solo un pequeño ejemplo de lo que nos puede ocurrir en un intervalo de hora y media de nuestro tiempo.
Según el “Informe Digital 2018” de Hootsuite, sobre internet, redes sociales y comercio electrónico en el mundo, el 53% de la población mundial usa internet. En España, el 85% de la población, invirtiendo casi 5,5 horas online y navegando más de 100 minutos por las redes sociales.
Adicción comportamental o adicción sin sustancias
Hablamos de una adicción comportamental cuando se pierde el control sobre el comportamiento e interfiere negativamente en nuestra vida.
No hace falta tomar sustancias tóxicas para hablar de adicción, sino que el hecho de comportarnos de forma compulsiva hasta perder el control nos puede indicar que vamos por el camino de ser adictos.
La afición excesiva a la tecnología, o tecnofilia, puede reflejarse por ejemplo, en los videojuegos, la necesidad compulsiva de hacerse selfies o “selfititis”, los juegos online, etc. que influyen de manera negativa en la salud mental de las personas, aumentando la ansiedad, la depresión, los problemas de sueño, además de la autoimagen negativa por la constante comparación e idealización de personas influyentes “influencers”.
El impacto de la tecnología en las generaciones
Los investigadores han bautizado con diferentes nombres a las distintas generaciones para estudiar su comportamiento económico, social o tecnológico. Así tenemos diferentes generaciones: Niños de la postguerra, baby boom, y las generaciones X, Y, Z y T.
- La Generación X, (1962-84). Generación impulsora de la tecnología, vivió la llegada de internet y se vio afectada por el consumo en auge alrededor de los 80.
- La Generación Y, (1980-94) o del milenio “Millennials” Es la primera generación global, que usa y se sumerge en la tecnología. Pasó de usar el teléfono fijo a los teléfonos inteligentes, adaptándose rápidamente en menos de 20 años a los cambios surgidos del avance de la tecnología. Sin embargo, viven menos fusionados con sus dispositivos que la generación Z.
- La Generación Z, (1990-2010) nativa digital (o “postmillennials”) . La primera en nacer en la era digital. Esta generación sí tiene una forma de vivir en la que la separación persona-smartphone no se concibe y pasan más horas conectados en comparación con las otras generaciones.
- La Generación T, táctil o alfa (2010-actualidad) Desde los tres años pueden tener un control sobre las pantallas táctiles.
Velocidad de navegación y de vida
La expansión de internet durante los años 80 y 90 supuso un gran avance y hoy podemos disfrutar cómodamente desde nuestro teléfono inteligente de la cuarta generación o tecnología “4G”. Esto nos permite disfrutar de unas velocidades superiores y conectarnos con más agilidad. Implica, además, más rapidez para acceder a las redes sociales, buscar pareja on line, realizar vídeo llamadas, mandar correos, mensajear mediante el chat, jugar en línea y un amplio etcétera, así como disponer de una amplia carta de productos ofertados.
Pensamos, sentimos y actuamos de forma diferente
La sociedad de la inmediatez, de las prisas y, cada vez, más individualista, modela nuestra manera de funcionar. La era digital nos permite seguir el ritmo vertiginoso que despliegan los avances tecnológicos. Sin embargo, aún no conocemos los efectos a largo plazo.
¿Cómo nos afecta la tecnología?
Me conecto, luego existo
Los 7 pecados capitales a nivel PERSONAL:
1. Abrimos nuestra privacidad al mundo. Podemos mostrar nuestra cara más personal y privada sin pudor. No se trata solo de narcisismo sino simplemente de la necesidad de existir en el mundo digital.
- Toxicidad si, no tenemos claro la diferencia entre lo privado y lo público, así como lo que queremos compartir y para qué.
2. Tenemos miedo a la soledad. Uno de los miedos de nuestra cultura es la del aislamiento y sentir que estamos solos y/o el miedo a ser ignorados. El ritmo de vida de las grandes ciudades, en las que nos cruzamos sin apenas mirarnos, propicia este sentimiento. Sin embargo, si chateamos o entramos en las redes sociales, este sentimiento se esfuma gracias a la conectividad que nos permite saber qué hacen o dicen los demás e interactuar virtualmente.
- Toxicidad si, nos impide reflexionar y conectar con nuestra esencia, además de poder sentir y escuchar nuestras emociones y aprender a gestionarlas.
- Toxicidad si, el que no existe en las redes se siente excluido de la sociedad.
3. Nuestra identidad es ambivalente. Real vs digital. Ante el anonimato podemos ser quien queramos, influenciados por la deseabilidad social podemos, incluso, mostrarnos como otra persona. Quizá estemos buscando lo que en la realidad no es posible.
- Toxicidad si, se oculta, infla o se miente acerca de nuestras atribuciones en las relaciones por internet. La fantasía se convierte en realidad.
4. Nuestra autoestima se basa en la popularidad y tener muchos seguidores o “followers”. Medimos nuestro valor por el número de “me gusta” o seguidores.
- Toxicidad si, priorizamos las relaciones distantes y numerosas a las de calidad, donde importa qué contactos tenemos y no cuántos.
- Toxicidad si, se siguen estereotipos de belleza perfeccionista, sobre todo en las mujeres.
5. Quedamos “enganchados” por la facilidad con la que podemos acceder al mundo, así como las recompensas que nos ofrecen las aplicaciones y redes sociales.
- Toxicidad si, llega a ser un hábito compulsivo. Entonces nos genera dependencia y tolerancia. Es decir, cada vez estamos más pendientes y lo hacemos en intervalos más cortos. Nos llevan a chequear continuamente qué hay de nuevo por el mundo virtual.
6. Queremos absorber la máxima información en el menor tiempo Podemos acceder a un número ilimitado de datos y a “todo” lo que necesitemos de forma inmediata.
Según Maryanne Wolf, hemos cambiado la manera en que leemos, pasando de una lectura profunda a una rápida. Lo que prima es la urgencia y la rapidez en la que absorbemos la información.
- Toxicidad si, el exceso de estimulación nos estresa y nos impide concentrarnos. Nos genera la sensación de que siempre nos faltan datos y paradójicamente la falsa ilusión de conocimiento.
7. Nos regimos por el principio del placer que dirige nuestras acciones en las que no se tolera ni la espera, ni la frustración. Alimentamos las conductas impulsivas y no cultivamos la paciencia.
- Toxicidad si, nos impide aburrirnos e impide que surja la creatividad.
- Toxicidad si, caemos en conductas compulsivas como, por ejemplo, las compras compulsivas y el juego, online.
Me conecto, luego te ignoro
Los 7 pecados capitales a nivel SOCIAL:
1. Amor a la carta, y relaciones efímeras. Escogemos sin esfuerzo y además, sabemos que podemos tener personas-recambios al alcance de un clic.
- Toxicidad si, aunque hay excepciones, las elecciones no tienen en cuenta los valores personales en aras del atractivo físico.
2. Impacto en la vida de pareja. El tiempo en el que repartimos nuestro tiempo de ocio, refleja nuestras prioridades.
- Toxicidad si, no gestionamos de forma proporcionada y coherente el cuándo ni el cuánto de conexión.
3. Somos vulnerables al engaño de personas y/o empresas que no son lo que muestran ser.
- Toxicidad si se cae en manos de la manipulación con el riesgo que conlleva.
4. A nuestro antojo. Miramos e ignoramos todo lo que/en el momento que queremos. Hoy en día, la mayoría tiene un perfil en alguna red social y podemos curiosear y chatear de diversas maneras (Messenger, Facebook…)
- Toxicidad si, como postula Lipovetsky (2004), al existir un gran número de personas a nuestro alcance, el tiempo que dedicamos a cada una de ellas es escaso, impidiendo unos niveles deseables de intimidad.
5. La calidad de la relación con las personas próximas está cambiando y afecta tanto a las relaciones familiares, como a las sociales.
- Toxicidad si, ignoramos a los que tenemos a nuestro alrededor, por el hábito que hemos adquirido de estar pendientes del mundo virtual.
A esta conducta se le llama “ningufoneo" o “phubbing”.
6. Conectividad sin el esfuerzo de quedar. Tan fácil como enviar un “toque” para comunicar que nos interesamos por el otro.
- Toxicidad si, impide el aprendizaje y la práctica de habilidades sociales cara a cara. Entonces se pueden establecer conductas evitativas en las que no se aprende a afrontar.
7. Interferencia al recibir correos o WhatsApp del trabajo fuera de horas.
- Toxicidad si, no desconectamos, inmiscuyéndose el trabajo en la vida personal y no descansando de la carga mental.
La conexión anárquica sin límites
¿Qué modelo se está trasfiriendo entre generaciones? Una generación es modelo de otra, pero. ¿tenemos claro lo que vamos transmitiendo?
- Usamos y dejamos nuestras tabletas y móviles a los más pequeños para que jueguen y se entretengan, excepto los padres de Silicon Valley aunque su cerebro aún no esté formado , y si pretendemos que sean capaces de dirigir y mantener la atención por periodos más largos, estamos consiguiendo lo contrario, niños impacientes y desatentos.
- Queremos que los jóvenes se esfuercen y se impliquen, sin embargo, la hiperconexión e hiperestimulación guía sus vidas. Al interactuar con las pantallas obtienen refuerzo inmediato, y se va generando más impaciencia e impulsividad. Se vuelven más apáticos en el mundo real, se sienten más inseguros y más solos.
- La sociedad y la ausencia de supervisión parental facilita a los jóvenes el acceso a páginas de juegos y apuestas online, siendo alarmante el incremento del número de menores de edad que hacen uso inadecuado de Internet.
- Los adolescentes son más vulnerables al ciberbullying, sobre todo las chicas a partir de los 13,6 años, que están más pendientes de las redes sociales. Según cifras de ANAR, 1 de 4 casos de acoso escolar es por ciberbullying.
El cambio brusco de la generación Z ante los que crecieron unos pocos años antes, con relación al comportamiento y el estado de ánimo, les hace psicológicamente más infelices y más vulnerables. A más tiempo mirando las pantallas y menos actividades presenciales con los amigos, más probabilidad de que se depriman y en casos extremos que acaben suicidándose. Un informe del Centro de Salud Mental de Reino Unido (Centre for Mental Health) alerta de ello.
Por tanto, pueden estar en casa contestándonos con monosílabos y simultaneando con su smartphone. Pueden pasar más tiempo en Facebook, Instagram, Tinder u otra red social o de apuestas, que en cualquier actividad lúdica presencial.
Steven Cutts en Are You Lost In The World Like Me 1080p refleja muy bien el impacto de la hiperconexión.
Fuera de nuestro control
La tecnología no es neutral, sino que moldea nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.
El objetivo de las compañías tecnológicas, ajeno al nuestro, es que usemos durante más tiempo y nos enganchemos a algún producto. Cuanto más navegamos por internet, más recopilan datos nuestros y nos bombardean con anuncios que encajan perfectamente con nuestras preferencias y, por tanto, les permiten ganar dinero.
Los “me gusta” (reconocimiento social), y/o las recompensas (subir de nivel, monedas, etc.) que obtenemos, propician de forma progresiva que nos “colguemos” cada vez más por el refuerzo positivo que nos dan de forma intermitente. Además, favorecen la liberación de Dopamina, sustancia que se relaciona con el placer y, por tanto, a nivel cerebral las redes sociales provocan el mismo efecto placentero y a la vez adictivo como la cocaína, el juego patológico, etc.
De esta manera, no solo aplicaciones de juegos como Candy Crash, o Class of Clans hacen que nos enganchemos, sino también las redes sociales (Facebook, Instagram, etc.), las de ligar (Tinder, Grindr, Fem, etc.), o las de deportes (Runtastic, Runkeeper, etc.) por poner solo algunos ejemplos. Estamos pendientes continuamente por su sencillez de uso y el refuerzo positivo que recibimos. La persona queda afectada en su voluntad y puede sentir vacío y necesidad de volver los lugares de internet donde vuelve a recibir más descargas de dopamina, por tanto, podemos hablar de tecno-toxicidad.
Conectividad en exceso ¿a qué precio?
El exceso de estar conectados nos impide el desarrollo personal que proporcionan los momentos de introspección que surgen en la soledad.
Estamos acompañados y, a la vez, desapegados ya que los vínculos que se establecen, por regla general, son más superficiales y efímeros, pudiendo prescindir de ellos en el momento en que queramos.
Este tipo de interrelación se aleja del concepto de amistad, aunque no excluye que también podamos encontrar a alguien que, más adelante, sea significativo/a en nuestra vida. Comprometerse es implicarse y, sin este compromiso, no se puede amar saludablemente.
Interesante este cortometraje - hi-tech publicado por Euronews
No pretendo ser pesimista con las nuevas tecnologías, sino recomendar cómo usarlas de modo inteligente para evitar la tecno-toxicidad. Así, el uso responsable equilibra los costes y beneficios de esta herramienta disfrutando de las utilidades de forma inocua.
El primer paso, en el caso de que hagamos un uso compulsivo, será reconocer la problemática. El segundo, tomar el control tanto si estamos solos/as como si estamos acompañados. Es decir, estar atentos en cómo empleamos el tiempo para no llegar a los niveles de toxicidad dañinos como con cualquier droga. El tercero, si somos educadores, establecer límites dando ejemplo.
Esperemos y seamos optimistas para que las generaciones nativas digitales no mengüen en valores como la empatía, que solo se aprende cara a cara y que nos permite actuar con cierta ética y sensatez. También, para que miren más allá de sus ombligos y utilicen internet, además, con fines altruistas colectivos. Envueltos por la tecnología, pero involucrados en la mejora de la calidad de vida evitando, en la medida que se pueda, la tecno-toxicidad.
Fuentes:
- Mª Pilar Quiroga El Impacto de las Nuevas Tecnologías y las Nuevas Formas de Relación en el Desarrollo. 17, n.° 2, 2011 - Págs. 147-161 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
- Informe Digital 2018 de Hootsuite