Una parte de nuestros jóvenes, después de superar la etapa universitaria y el máster o másteres de rigor, se lanza a buscar trabajo en empresas en una sociedad marcada por la incertidumbre, la competitividad y la precariedad laboral.
Un sector de ellos procedente de diversas universidades llega a alcanzar buenos puestos de trabajo en empresas muy potentes, sin embargo, algunos de ellos tendrán miedo a no dar la talla.
¿Qué caracteriza a estos jóvenes?
El denominador común de estos jóvenes es poseer un perfil diferencial basado en una buena preparación académica en distintas habilidades y competencias. Algunas de estas habilidades tienen que ver con el liderazgo y la comunicación, muy útiles en todos los ámbitos, pero sobre todo en el mundo empresarial.
Pese a su edad, los y las jóvenes pisan fuerte, están muy motivados a trabajar y aprender, aspirando a un ascenso que les permita llegar al anhelado puesto de directivo/a al que tanto ansían.
Pero tras la apariencia de seguridad, algunos de ellos temen no dar la talla y no llegar a alcanzar sus sueños, por lo que experimentan a diario unas dosis de ansiedad que intentan disimular a toda costa.
¿Qué causa esta tensión?
A pesar de su amplia formación carecen de algo que se aprende más allá de las aulas y que es la seguridad personal. Aunque algunos de los estudios universitarios formen en relaciones interpersonales y comunicación, las creencias instauradas desde la infancia y la adolescencia de cada alumno/a pueden boicotear las competencias más brillantes y mermar su autoestima sin que sean conscientes de ello.
La importancia de los orígenes en el miedo a no dar la talla
Las familias y/o educadores que son muy exigentes ejercen, sin ser conscientes del impacto que pueden provocar, una presión por los resultados académicos. Sin embargo, esta manera de educar atenta contra la autoestima y provoca que el niño y/o el joven, sienta que se le quiere condicionalmente.
La suposición que hay detrás de este sentimiento desde la infancia es “si no obtengo buenas notas, no voy a ser aceptado y/o querido”. Esta manera de hablarse a uno mismo no es de forma consciente, pero irá formando unas creencias concretas sobre su valor personal asociadas a los resultados. Si éstos no son favorables se instaurará la creencia de no ser “querible”. En el caso de alumnos exitosos, el problema es el miedo a fallar, porque podría significar el rechazo por parte de los demás.
Esto no quiere decir que siempre que se dé un ambiente exigente sea así, sino que en función del temperamento del niño podrá impactarle de una manera u otra. Hay personas que son muy perfeccionistas, se marcan metas muy elevadas y reciben el refuerzo mediante el entusiasmo que obtienen en sus actuaciones sobresalientes. Pero perciben, aun haciendo las cosas lo mejor que pueden, que no es suficiente.
A veces, ocurre todo lo contrario que, ante el miedo al fracaso, no quieren presentarse a los exámenes o se retiran de los estudios, así erradican, sin saberlo, el miedo a no dar la talla, porque eliminan radicalmente cualquier expectativa.
Tenemos jóvenes preparados en conocimientos, pero inseguros y con miedo a una sociedad crítica, competitiva y estresante
¿Qué ocurre cuando llegan al mundo laboral?
Tras haber aprobado y superado satisfactoriamente las etapas de formación, llegan al mercado laboral con un buen expediente, y en el mejor de los casos, con la puerta abierta hacia algunas empresas que contratan a alumnos que prometen.
Lo que ocurre es que estas creencias o esquemas mentales que se han formado en la infancia y/o adolescencia, interfieren en la manera de funcionar del día a día porque se activan cuando menos se lo esperan y cuanto más necesitan demostrar que valen.
Pero ahora ya no son los adultos del pasado exigiéndoles, sino que son ellos mismos los que se imponen esa presión.
El "Pepito Grillo" de las creencias adquiridas
Estas creencias quedan instauradas y ocultas sin que la persona sepa que están ahí. Se han interiorizado y molestan en momentos concretos a modo de sensaciones corporales como tensión, sudor, nudo en el estómago…
Puede ocurrir a medio o largo plazo que se padezcan trastornos como el colon irritable, la alopecia, la psoriasis o algún otro problema originado por el estrés que conlleva esta dualidad “soy bueno, tengo aptitudes, pero no soy capaz de actuar como tal”.
Empiezan a ser conscientes de que hay algo que no les permite mostrar sus capacidades y observan que, pese a sus esfuerzos, sienten sensaciones que no pueden controlar.
Paralelamente, fuera del ámbito laboral, pueden desregularse emocionalmente y tener un estilo de comunicación pasivo-agresivo con las personas de confianza. Es decir, como una olla a presión, callan para explotar en otro momento.
En definitiva, se ha instaurado en ellos el miedo a la evaluación negativa, el temor a ser rechazados y que no se les tenga en cuenta en futuros proyectos. Este estado les impide pensar con fluidez y sacar el máximo provecho de sus conocimientos en momentos que han de exponer sus ideas ante clientes, jefes, equipos… Se focalizan en lo que piensan los demás y sufren mucha tensión ante la idea de poder equivocarse.
Las consecuencias de pensar de esta manera sesgada y aprendida son la ansiedad anticipatoria y la ansiedad en momentos “estelares” que puede llegar a bloquear su ejecución. Incluso puede llevarlos a evitar exponerse ante personas de estatus superior a nivel profesional o en casos más extremos llegar a rechazar empleos.
¿En qué consiste la seguridad personal a nivel psicológico?
Evidentemente, la seguridad personal se aprende. Pero es preciso tener una buena base que consiste fundamentalmente en sentirse aceptados y queridos. Sin embargo, no todos hemos cubierto estas necesidades básicas de pequeños.
No me refiero solamente al hecho de no recibir besos y abrazos, que también, sino en que el niño pueda expresarse y que no sea cortado o ridiculizado, que pueda tener un espacio en el que se le escuche con atención sin que el adulto haga nada más en ese momento, y en definitiva sentir que se valida su opinión y no se le juzga negativamente.
Realmente es muy difícil que se cumplan están condiciones, porque los padres y madres hacen lo que conocen y pueden, sin formación suficiente para ello y además con sus respectivos aprendizajes a cuestas.
Se nos compara desde pequeños con notas y comentarios, etiquetándonos en un lugar del ranking, en lugar de enseñarnos a compararnos con nosotros mismos y el valor personal se reduce considerablemente hasta quedar circunscrito a los logros y/o éxitos.
Esto que parece obvio, es complejo y cada uno de nosotros tenemos una experiencia particular que nos va condicionando la manera en que nos percibimos a nosotros mismos y a los demás.
Hay jóvenes que han contado con personas que los han animado a expresarse libremente, respetando sus opiniones a pesar de posibles discrepancias y han podido crecer en ambientes que favorecen la autoestima. Se atreven a interactuar con los demás porque han adquirido las suficientes habilidades sociales y saben expresarse de forma relajada y defienden sus derechos sin vulnerar los de los demás. De esta manera la seguridad se va adquiriendo poco a poco.
En las formaciones académicas sobre liderazgo y comunicación, asimilan mejor los conceptos y pueden llevarlos a la práctica porque no tienen pensamientos que les interfieran, sino todo lo contrario, se saben con aptitudes y muy capaces de llevarlos a la práctica en cuanto tengan la oportunidad.
Sin embargo, no todas las personas se han sentido queridas incondicionalmente, sino que se han sentido aceptadas en la medida que han conseguido metas, reforzando estas creencias.
¿Se pueden modificar las creencias?
Ante la falta de formación en este campo y lo que implica en cuanto a nuestra manera de funcionar, no nos hemos de preocupar, sino ocuparnos de superar estas limitaciones con un aprendizaje que nos permita ir confiando en nosotros y desarrollar tanto competencias de autorregulación emocional como comunicativas.
La psicología cognitivo-conductual aborda estos problemas mediante técnicas y herramientas que facilitan el cambio de las creencias, así como la puesta en práctica de estas competencias interpersonales, como es la comunicación asertiva y la capacidad de hablar en todo tipo de reuniones y audiencias.
Es importante ir desmontando las creencias instauradas que impiden vivir de forma satisfactoria, como la de ser inferior a los demás y que provoca el miedo a la evaluación negativa.
Se trata, en definitiva, de aprender a valorarse más y confiar en uno/a mismo/a.
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